Berta un ícono étnico



Levantarnos con la noticia del asesinato de Berta Cáceres hoy 3 de marzo, impacta. No solo se trata de la dirigente indígena que desde adolescente mostró su espíritu de lucha, el empuje por cambiar esquemas y pedir a gritos que se respetara la vida, que se cuidara el ambiente, sino de una mujer, madre de cuatro hijos, con una vida que dar y con planes que quedaron truncados. Tuve la suerte de conocerla en el año 2005, cuando se intensificaban las luchas contra la minería en Honduras. Fue en esas reuniones de la Alianza Cívica por la Democracia (ACD), en Siguatepeque cuando intercambiamos ideas, conocí su temple, lo aguerrida y decidida que era para pelear por los derechos.


Berta estaba consciente que la lucha no era fácil, ni pelear por los mineros, ni por proyectos hidroeléctricos que amenazaban las fuentes de agua en el occidente, pero  no se detuvo. Pese a todos los riesgos, siempre dijo que no había que desistir. Muchos dirán que porqué se escribe cuando la persona está ausente y quizás tengan razón. Pero creo que en mi caso, lo hago porque no creí que a esta lidereza indígena le arrebataran la vida tan pronto. Sabíamos de las amenazas, de lo perseguida que era por tratar de cambiar el sistema, por no dejar que les quitaran su tierra, sus recursos, pero también sabíamos que había una orden de protegerla, tenía medidas cautelares, pero quedó vulnerable a merced de sicarios.

Esta mañana cuando recibía el mensaje con la noticia de su asesinato, quedé impactada. No fue en vano que Berta ante el temor que la invadía decidiera sacar sus hijos del país y ella quedara aquí dando la lucha. Estaba convencida que llegaría hasta el final en la defensa de su pueblo. La reacción internacional ha comenzado a exigir al Estado una respuesta real de lo ocurrido, una investigación profunda que no solo dé con el paradero de los autores materiales, sino que se castigue a los intelectuales. La hora de frenar la impunidad hace tiempos que llegó y hoy las autoridades tienen el enorme reto de ser efectivos, de responder al clamor no solo del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), que ella coordinaba, sino el clamor de los ocho millones de hondureños que claman justicia por esta y las muertes de tantos hondureños que a diario son víctimas de la inseguridad.

Lo que queda claro es que si mataron a una dirigente campesina que era un ícono étnico en el país, sin ningún obstáculo todos quedamos expuestos. Todos somos blancos, no se puede permitir que otra muerte nos sacuda para que reaccionen. Hay que hacer cambios, la voluntad sabemos que existe en algunos funcionarios, pero esa voluntad debe llegar a todos los niveles para hacerla efectiva. 

La muerte de Berta sin duda, traerá repercusiones. El Ministro de Seguridad Julián Pacheco asegura que ella gozaba de seguridad permanente y que hay un equipo especializado investigando. El reto es grande, entre más horas transcurran para resolver el caso, menos posibilidades se tienen para encontrar a los culpables. Mientras tanto las reacciones de diversos organismos internacionales llegan al país, pidiendo justicia. Como decía su hermano  Gustavo Cáceres esta mañana "que este caso no pase a ser un número más en las estadísticas de la violencia en el país y que su muerte se esclarezca y se castigue a los autores".

Yo cierro mis líneas con las frases que ella pronunció cuando ganó el premio Goldman al medio ambiente en el 2015, que fue otorgado por su lucha contra el proyecto hidroeléctrico Agua Zarca, ubicado en el Río Blanco, sobre las aguas del sagrado río Gualcarque.

"Seguiremos ya no sólo como pueblo lenca sino con otras organizaciones con la esperanza de cambiar la situación en nuestro país. No nos queda otro camino más que luchar" dijo Berta.

Y murió luchando, convencida que pese a las intimidaciones no había marcha atrás. Adiós Berta, sin duda que queda como una de las mártires de la etnia lenca, con un legado que su descendencia no olvidará. Descanse en paz.



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