Una pesadilla sin fin

Una indocumentada en el desierto de Nogales, Arizona, toma un descanso. Foto Debbie McCollugh

Desde el 2010 que le sigo la pista a los hondureños que deciden marcharse del país, las cifras van en aumento. No importan los riesgos que representa alcanzar ese llamado "sueño americano", la gente se sigue marchando. El fenómeno migratorio ha encendido de nuevo las alarmas a los Gobiernos que buscan en la implementación de diferentes planes detener esa oleada de indocumentados que aumenta cada vez más y que ahora incluye a menores. 

Pero esas  alianzas lo que ha generado es que se incrementen los peligros, que el número de bandas criminales proliferen porque a los migrantes ya no se les da un sentido humano, se les ve como mercancía a la que tienen que sacarle el mayor provecho. Desde que salen del país hay coyotes, polleros o pateros como les llaman en cada país, esperándolos. Otros son asediados en los albergues, los que se vuelven el punto de captación para exigirles el pago y sino desde allí los secuestran, los llevan a casas de seguridad hasta que un familiar pague por su liberación. Muchos cuentan las historias, otros, no. Son asesinados.

La semana anterior un migrante hondureño, originario del municipio de Alianza, en el departamento de Valle, fue encontrado en una situación crítica en Falfurrias, en la zona de Río Grande, Texas. La alarma que se giró permitió a la Patrulla Fronteriza rescatarlo, pero poco se pudo hacer por salvarlo, cuando era atendido en el hospital de Mission, falleció.

La historia de Jenzen Oseas Guzmán Reyes, se repite a diario, pero muchas de esas muertes pasan en el anonimato. Algunos mueren, no son identificados, otros son asesinados y las historias de muchos hombres, mujeres, quedan en el olvido.

En medio de lo trágico que es el panorama y que poco o nada ha cambiado en seis años de seguir el drama de la ruta migratoria, he encontrado a gente buena, gente que de verdad tiene en su corazón servir y que ve en cada hondureño o extranjero un ser humano. En los albergues de Guatemala, México y Estados Unidos, me he encontrado a personas que se entregan de lleno a la misión de servir y que no ven en los migrantes una oportunidad para generar fondos. Como ellos también hay norteamericanos que se vuelven aliados de los migrantes y organizados los atienden desde los puntos fronterizos en Texas, California y Arizona.

Hay varios rostros de esos "gringos" como les llaman los migrantes que son todo corazón y que los curan de las heridas, les dan alimento, ropa y muchos de ellos recorren semana a semana el desierto para dejarles agua, para socorrer a muchos que quedan desfallecidos en el camino y en el caso particular de mi amiga Debbie McCullough de la organización Samaritanos, dedica su tiempo a recolectar cada pertenencia que van dejando en los senderos los migrantes. Zapatos, ropa, fotos, cartas, latas, escapularios, son parte de las prendas que Debbie encuentra y que las transforma en verdaderas piezas de arte.

Lleva 11 años de trabajar en esta causa. Cada año ella busca resaltar una historia particular de alguno de los peregrinos que buscaba llegar al norte para abrirse oportunidades, ayudar a sus familias, huir de la violencia, pero no lo lograron. La última creación de esta samaritana se llama El Santo del Desierto. Un cuadro que fue elaborado con latas de atún, a las que dio colorido y donde coloca el mapa del desierto en Arizona, señalando los lugares donde han sido encontrados decenas de migrantes muertos. Es una especie de recordatorio para decirle al mundo que en está zona cruzan personas necesitadas, que la mayoría no son peligrosos, que más bien por el peligro es que salen y solo claman una oportunidad.


Esa obra junto a otras que Debbie ha creado transmite esperanzas. Son piezas que ella crea con el fin de que se provoque una discusión en el tema migratorio. Bien lo decía esta artista "Mi objetivo es crear un puente entre la retórica y la política de una cuestión política y los rostros humanos y las tribulaciones que en realidad, enfrentan a diario los migrantes. Busco cambiar los corazones y provocar la acción".


Sus palabras sin duda demuestran su sentir, sacan a flote una realidad que sigue sucediendo a lo largo de nuestras fronteras. Evidencia además la falta de conciencia de que el sufrimiento de esos hondureños y extranjeros es de todos los días. A Debbie solo le quedan sus obras para enviar su mensaje, le quedan los dos días a la semana que junto con su esposo recorre el desierto y lleva agua. Una gran lección de vida la de esta mujer que motiva a que todos hagamos conciencia del problema social que enfrentamos. Sin duda que más allá de una ley, de políticas de gobiernos, lo que más debemos promover es la sensibilidad. Son diferentes historias de hombres y mujeres que cruzan, seres que entre lágrimas cuentan el calvario vivido. He visto en muchos las ampollas en los pies de las largas caminatas, las heridas por los ataques cuando son asaltados, el llanto por la separación con la familia. Estas personas en el fondo solo buscan una mejor vida para ellos y sus familias, liberarse del miedo y salir de las sombras. 

La migración no hay que verla con indiferencia, es un tema complejo. una tragedia mundial que mueve masas y que no escapa a nuestros ojos. La migración también enlaza a la misericordia y bondad de personas que son los que dan luz a todo aquel que queda atrapado en el camino. Y estos Samaritanos son los que no ven nacionalidades, religión, ni política, simplemente los acogen, les dan esperanzas. Los migrantes seguirán saliendo de sus países, pero sin duda también seguirán los ángeles apareciendo en su camino para hacer menos pesado su peregrinar. 

Gracias amigos de las Casas del Migrante en toda la ruta migratoria, a las Organizaciones de defensores, a los miebros de iglesias católicas y evangélicas, así como a Debbie y los Samaritanos por el apoyo que dan a los migrantes en cada uno de sus países.


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