Un alma invencible
"Yo sé que Dios es perfecto. Pero ¿Porqué tanto dolor?", les confieso que esa frase me dejó sin palabras. Era la expresión de una madre que con el corazón destrozado contemplaba el féretro de su único hijo. Era su tesoro, su razón de vida y lo perdió cuando un desconocido lo atacó sin piedad hace unos días.
Desde que me enteré del trágico suceso, el impacto de la noticia me caló. No puedo ni imaginar el dolor tan profundo que tanto para ella como para cualquier madre se siente al perder a esos seres que tanto amamos. Estoy impactada. Ella en pocos meses ha tenido que vivir muchas pruebas, momentos difíciles, donde solo su fe y su coraje la han sacado de la profunda tristeza para continuar y entender los propósitos de vida.
Cualquiera de nosotros después de la pérdida de un hermano, de un esposo y de un hijo estaríamos al borde de un colapso. Ella en medio de las pruebas, sufre y claro que le duele, pero su fuerza, su fe la hace seguir en pie. No reniega, no le reclama a Dios por tantas pruebas, no le dice porqué esos golpes fuertes. No, ella no se queja pese a que perdió lo más sagrado que tenía: su hijo. Y lejos de derrumbarse, se escuda en Dios, trata de asimilar cada tragedia que le ha tocado, trata de sacar fuerzas aunque el corazón lo tiene roto en mil pedazos.
Ese ejemplo de templanza, de fuerza, a mi me da una sacudida. De verdad que me hace ver mis debilidades, me hace comprender cómo a veces con pequeños problemas me dejo vencer. No sé de dónde saca coraje, no sé cómo logra tener vivo su espíritu, no sé como llena el vacío. Solo sé que esa mujer nos da un ejemplo, nos da una lección de vida. Una lección que hoy quise compartirla en estas líneas para que veamos que la intensidad de las pruebas y del dolor a todos nos viene en diferentes dimensiones.
A veces no hemos tenido sacudidas tan profundas para decaer y nos caemos, nos dejamos vencer. Tengo más de 30 años de conocerla porque la vida nos colocó cuando apenas teníamos 12 años y estuvimos durante tres de ellos compartiendo las aulas y una amistad bonita, que después volvió a revivirse cuando aquel grupo de adolescentes se volvió a reencontrar en el 2010. Ni nos imaginábamos los propósitos de vida.
Ella hoy en su espacio revive cada capítulo de su vida, revive los 21 años que Dios le permitió compartir con su hijo, revive su historia para entender el plan que Dios traza con propósito. Aunque ahora no entienda porqué llegan tan fuertes esos golpes al corazón, Dios no se equivoca y en cada paso que damos existe una explicación y un porqué. Es en este momento donde una palabra o un abrazo alientan, son los ingredientes para decirle a ella y a las miles de madres que a diario viven la pérdida de un hijo que no están solas.
Que Dios le dé el bálsamo de la resignación, que la siga sosteniendo con su mano, que llene su corazón de amor y entienda que su testimonio de vida deja huella en la vida de los que la conocemos porque es una mujer valiente con un alma invencible.
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