El legado de Berta Cáceres


Fue en Siguatepeque en el año 2006 que conocí a Berta Cáceres, la líder indígena de los Lencas que fue asesinada en marzo del 2016. Se programó una reunión de la entonces Alianza Cívica por la Democracia (ACD), que lideraba Monseñor Luis Alfonso Santos, Obispo de la Diócesis del Occidente, una organización que buscaba detener la explotación Minera a Cielo Abierto en Honduras. Berta llegó a las instalaciones del Centro de Capacitación Ecosol, en compañía de Salvador Zúniga, su esposo en ese entonces y coordinador del Consejo Cívico de las Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), Ambos se integraron a ser parte de esa Alianza, porque creían que solo con la fuerza de diversas organizaciones seria posible detener el avance de las transnacionales, así como de intereses económicos que explotan los recursos naturales en Honduras, sin medir el impacto de las acciones en el ambiente, en los pueblos y en las personas.

Me llamó la atención su firmeza, el liderazgo nato que tenía y el cero temor de enfrentarse a las fuerzas denominadas represivas que buscaban frenar las luchas de los grupos que no estaban a tono con el sistema. Lejos estaba de imaginarme que esa fuerza que percibí en una de las primeras reuniones en las que coincidimos a lo largo de dos años en actividades de la ACD, la convertirían en un ícono de lucha, en una mujer que pese a tantas barreras, no desmayó, no se dejó vencer y murió con su consigna de lucha por la naturaleza, por la defensa del ambiente.

Se ha escrito tanto de ella después de su muerte, se han enumerado el sin fin  de las acciones que emprendió, y se ha destacado el liderazgo que imprimió en su grupo, en su natal Intibucá, en las mujeres con las que compartió sus sueños. No cabe duda que Berta queda grabada no solo en la historia nacional como una mártir, sino a nivel internacional como una mujer ejemplo, una mujer defensora de la naturaleza y por cuyo crimen se exige justicia, sobre todo para dar con los autores intelectuales de ese asesinato.

Cuando la noticia de su muerte nos sorprendió, vinieron a mi mente las imágenes de aquella mujer incansable. A la que había visto enfrentándose a la autoridad en las tomas de carretera, en las protestas por la lucha en defensa del ambiente, o cuando fue detenida en una posta policial por no doblegarse, por no desistir de sus ideales. Su muerte me llevó a conocer a su madre, doña Austra, una mujer de temple, de quien estoy segura Berta heredó su fuerza, el liderazgo, la convicción de no quedarse callado, de defender lo justo. Eso vi en esa madre que pese a su dolor estaba fuerte, se mostraba con coraje para denunciar el asesinato de su hija, para exigir justicia y para decirle a todo un pueblo que la lucha de Berta no moría, que la lucha de Berta continuaba.



En dos ocasiones tras el asesinato de Berta, hablé con doña Austra, y en las dos ocasiones la vi fuerte, la vi luchando. Cuando recuerdo la imagen de esas dos mujeres me pregunto cuántas tenemos esa fuerza para no desistir de nuestros sueños? -¿Cuántas pese a los riesgos de nuestras posiciones asumimos el papel de defensa de lo justo? Cuántas Bertas se levantan ahora para dar la batalla y no dejarse vencer para luchar por el bienestar de su pueblo, de sus grupos o país? Quizás sean pocas, pero de eso se trata, de valorar el legado que una indígena de tierra adentro nos deja. Fue una mujer que no se debilitó en ninguna de las crisis que enfrentó. Honduras es un país que necesita de Bertas, que necesita de líderes convencidos del bien común, algo que hemos dejado a un lado porque cada uno defiende lo suyo y no se pone la camiseta de las luchas colectivas. Y ese es el legado de Berta, nunca apagar la voz, sudar la camiseta del bien común y defender los pocos recursos que le van quedando a esta tierra catracha que es digna de mejor suerte. Berta Cáceres es uno de los símbolos de lucha, quizás no perfecta, pero sí convencida que una Honduras diferente es posible cuando todos tengamos conciencia social.


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